Ramachandran

Ramachandran

Comentarios sobre las ideas, geniales, de Ramachandran. Relación de los descubrimientos neurobiológicos con las dos formas de imágenes descritas en el primer capítulo de “El color de la parte obscura”. Y necesidad de algunas precisiones terminológicas. (Publicado en este blog el 23 de noviembre de 2011).


"Ventrílocuo en una fiesta de cumpleaños” (2010) © Jordi Rives

Vilayanur S. Ramachandran es un neurólogo genial, conocido por sus trabajos sobre percepción visual y por conseguir resultados sorprendentes por medio de tratamientos con maquinaria muy sencilla: espejos en los que se visualiza el miembro fantasma, o masajes aplicados en zonas adyacentes con respecto al homúnculo cerebral.
Ramachandran describe cómo la información recibida en la retina viaja a través de dos vías neurológicas: al sistema arcaico, que incluye el colículo superior y se proyecta hacia los lóbulos parietales; y a la nueva vía de la corteza visual. El sistema arcaico permite localizar las cosas, girar nuestro foco de visión hacia ellas, coordinar los movimientos. En el síndrome de “visión ciega”, el paciente con corteza visual derecha lesionada, no ve los objetos de la parte izquierda, pero es capaz de señalar correctamente hacia la luz que se le presenta donde dice que no ve nada. Parece que utiliza la vía arcaica y lo ve de forma inconsciente. El sistema arcaico puede llevar a cabo “computaciones complejas sin ser conscientes” (p. 40).
Esta vía descrita por Ramachandran es la que podemos relacionar con el sistema analógico primitivo y subyacente, inconsciente. En este síndrome, podríamos hablar de una lesión en las zonas responsables de la visión simbólica.
Los casos opuestos son los que presentan lesión en la vía arcaica. Ramachandran nos describe cómo los lóbulos parietales son los responsables, entre otras cosas, de la navegación espacial, de la coordinación de nuestros movimientos con respecto al mundo externo. Las lesiones en el lóbulo parietal derecho produce la “heminegligencia espacial izquierda”. El paciente no puede señalar o alcanzar el objeto, pero puede verlo con claridad y puede identificarlo, nombrarlo. Podríamos decir que la lesión en la vía propia del sistema analógico permite, en cambio, la identificación simbólica.
En el primer caso, el de la vía simbólica dañada, en la “visión ciega”, la persona obtiene una representación por la vía indemne, pero carece de la “representación de la representación”, es decir, aquella que puede ser inscrita en la realidad construida, en nuestro universo simbólico, hasta el extremo de carecer por ello de todo significado perceptible. Las representaciones (imagen eidética) y las metarrepresentaciones (imagen simbólica) ocupan lugares distintos en el cerebro. Y, según Ramachandran, “pueden ser dañadas (o sobrevivir) con independencia las unas de las otras, por lo menos en el caso de los humanos” (p. 101). Esta última puntualización es perfecta porque es congruente con la especificidad de la construcción del universo simbólico en el ser humano.
La relación entre los dos grandes sistemas es muy compleja, porque sabemos que en todas sus partes y en todas sus funciones, el sistema lógico-verbal simbólico y consciente se construye sobre la base del sistema analógico primitivo, en gran parte inconsciente. Es, por tanto, una relación difusa, auque se exprese en cosas tales como la doble vía visual o la especialización hemisférica.
Estos descubrimientos acerca de los dos sistemas visuales y de sus funciones es congruente con la descripción que hice, en el capítulo primero de “El color de la parte obscura” (en este blog), de los dos tipos de imágenes, eidéticas y simbólicas, asociadas a los dos tipos de memoria, la anamnesis y la rememoración. Las únicas diferencias reseñables son las que hacen referencia al uso de los términos “simbólico” y “metáfora”.
Para Ramachandran, simbólico es cualquier cosa que esté en el cerebro y en el pensamiento, o también, todo aquello que pasa por el cerebro. Con lo que el término pierde todo significado preciso o, lo que es peor, sirve para crear confusión. Por ejemplo, cuando nos dice que a “los lóbulos parietales les incumbe la creación de una representación simbólica del plano espacial del mundo externo” (p. 43), el uso inadecuado de “simbólico” nos puede llevar a un gran error: a suponer que la vía arcaica es la encargada de la representación simbólica.
Si partimos de la idea de que simbólico es todo aquello que pasa por el cerebro, es bastante probable que lleguemos a la conclusión de que todo proceso cognitivo es simbólico, y de que, en contra de toda evidencia, no existe nada parecido al sistema analógico de procesamiento de la información.
La existencia de dos sistemas es inconcebible e intolerable para el sistema lógico-verbal excluyente y dominante. El mismo Ramachandran nos puede apuntar la clave, cuando nos dice que “experimentar dos sí mismos tal vez sea lógicamente imposible” (p. 98). Y aquí hay que subrayar el lógicamente. Nuestro sistema lógico-verbal simbólico está construido en torno a un sí mismo enunciador inevitablemente único.
Tampoco es adecuado decir que las sinestesias son metáforas, porque ambas palabras perderían su sentido. Ramachandran habla de “distintas clases de metáforas” (p. 76) para referirse a la sinestesia y la metáfora propiamente dicha. Las sinestesias no son metáforas. Otra cosa muy distinta es que el gesto repetido o la metáfora repetida se pueda convertir en signo, en el mismo sentido en el que una relación metafórica puede dar lugar a una sinestesia estable. El origen de la sinestesia puede ser metafórico, aunque mejor sería decir circunstancial. Pero su carácter rigidificado y la pervivencia de su característica de gratuidad son estructuralmente opuestos a los de la metáfora.
Lo mismo que no debemos decir que la sinestesia sea una forma de metáfora, tampoco deberíamos decir que todo el lenguaje sea metafórico o que la estructura de lo sígnico es la metáfora. Lo que sí podemos decir es que la relación estructural de gratuidad es perfectamente equivalente en la sinestesia y en el lenguaje. Con exactamente la misma contaminación residual de lo analógico.
Pero, por encima de estas pequeñas puntualizaciones, vamos a destacar dos coincidencias muy importantes. Nos dice Ramachandran que una “«paradoja» parecida es que aunque el sí mismo sea privado –casi por definición– se ve muy enriquecido por las relaciones sociales y, en realidad, puede haber evolucionado principalmente en un contexto social” (p. 98). Genial. El sí mismo se construye sobre la base de las relaciones sociales. El esquema de la propia mente, de sus capacidades y posibilidades, el qué somos y cómo somos, las representaciones autorreferenciales, se desarrollan gracias a las relaciones con el otro y a la construcción de lo que llamamos realidad conocida, que es una realidad social. Construimos la realidad a la vez que la realidad nos construye a nosotros.
Ramachandran se manifiesta de acuerdo con el “papel clave que desempeña la especialización hemisférica en la consciencia humana” (p. 127), señalado por autores como M. Kinsbourne, J. Pettigrew, M. Gazzaniga, J. Bogen y R. Sperry. Lo que es un gran acierto. Pero, debemos pensar que la especialización hemisférica es sólo una de las partes más llamativas de un proceso más general: el proceso constructivo de todo el universo simbólico. Habíamos planteado (en “El color de la parte obscura” y en “El manantial creativo”) que la consciencia es un fenómeno derivado de la capacidad para modificar las propias estructuras cognitivas. Capacidad desarrollada a partir de la gestión que el sistema analógico realiza de lo sentido (de todo aquello que procede de los sentidos y de los sentimientos). La clave de la consciencia no está en la inteligencia, ni podemos hallarla en un corte sincrónico. Está en la creatividad, es decir, en la capacidad diacrónica de modificar, de transformar nuestras estructuras cognitivas. La clave de la consciencia, propia del ser humano, está, no sólo en la especialización hemisférica, sino en toda la capacidad constructiva, que se concreta en la posibilidad de edificar un universo simbólico que lleva aparejada la construcción de un consciente y la instauración de un inconsciente. Uno de cuyos principales procesos se expresa en la especialización hemisférica.


Ramachandran, V.S. “Los laberintos del cerebro”. La liebre de marzo. Barcelona. 2008.